Hay refranes muy populares en Cuba y que vienen de
nuestros antepasados que dicen Haz bien
y no mires a quien y otro que
sentencia El que siembra siempre recoge y
el que más repetía mi abuela Al que
ayuda dios lo ayuda.
Quizás por eso los cubanos aprendimos a ser
solidarios, en su gran mayoría, desde pequeños con nuestros vecinos, con los
amiguitos de la escuela, con los ancianos y ante miles de situaciones de la
cotidianidad, y para mí se convirtió en uno de nuestros genes, aunque reconozco
que cada regla tiene sus excepciones.
Pero cuando la Revolución triunfó en 1959 esos
sentimientos solidarios y fraternales se expandieron, crecieron a escala
nacional y me viene a la memoria el
famoso ciclón Flora, conocido
también por el del lazo o por el de
los siete días que dejaron en la
zona oriental del país desolación y
muerte, y que por poco le cuesta la vida a Fidel.
En esos días la solidaridad fue mucha, en la zona occidental se recogía
en las casas todo tipo de ropa y enseres para enviarlos para Oriente. Y de ahí para acá ese sentimiento creció, se expandió y llego a
lejanos sitios del mundo que necesitaron la ayuda de los cubanos.
¿Por qué esta disertación? Sencillamente porque una
vez más nos sentimos queridos, amados y
respetados como nación por muchas personas y gobiernos del mundo ante el
desastre del huracán Sandy en la región oriental. Son muchos los ejemplos, la
solidaridad llegada de Ecuador, Rusia, Venezuela, del secretario general de las
Naciones Unidas y de otras muchas partes del mundo, pero en especial me
conmovió la actitud de los estudiantes ecuatorianos de medicina en Santiago que
no se fueron de su universidad, y junto a sus compañeros de estudio
emprendieron las labores de recuperación y compartieron sus bienes.
Por eso hay que hacer el bien
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